viernes, 22 de mayo de 2020

El coleccionista de otoños...

 En un rincón de mi habitación rodeados de botellas medio vacías, se encuentran dos frascos con otoños encerrados. Así es, entre mis hobbys también se encuentra este. El de coleccionar otoños, podría hacer de esta entrada algo un poco mas sencillo y poético pero creo que es mas adecuado escribir del porque almaceno hojas de otoños pasados.

 Cuando miro esos frascos veo, no solo poesía, es como ver una vieja foto de alguien o algo que ya no esta, que se ha ido y ese papel con su imagen, ese fantasma de luz capturado es lo único que nos queda. Así es con esas hojas que salí a juntar alguna mañana o tarde en una caminata solitaria por la loma lejana. Mientras todo el mundo giraba en su frenética rutina yo recogía las hojas mas vistosas y pequeñas ramitas. Para guardarlas en los años venideros. Veo en esos frascos el mundo de aquellos años parte de una vida que ya no esta, son el espíritu guardado de otro tiempo, incluso el aire contenido dentro es de otro tiempo. Y me hacen pensar en la belleza y el amor. Dicen que la belleza es la expresión física, palpable, materializada del amor. El amor no lo podemos ver pero lo podemos sentir, la belleza la podemos ver, tocar, sentir... Y es belleza lo que veo en esos frascos, la de la naturaleza, la del tiempo ido. Por lo tanto es amor. Amor presente cada vez que me detengo a mirar los frascos. 

 Hace muchos años cuando era un simple adolescente, supe amar con  locura a una mujer. Y la ame de lejos y en silencio y la adore como un mortal que se inclina ante una diosa en un altar. Y recuerdo mirarla cada día con todas sus horas y sus minutos desde la vereda. En el lado de ella había un árbol mediano, joven de un tamaño intermedio. Donde ella apoyaba su espalda y me correspondía la mirada en silencio, mientras con los ojos nos hablábamos. Me parece verla ahora mismo. Paso el tiempo y aquella época de mi vida se fue. Y aquel amor termino truncado sin ser correspondido. Y yo con  los años me marchite, como inevitablemente nos marchitamos todos aunque muchos lo quieran negar. Porque los corazones sufren y se llenan de penas y se arrugan, en algunos casos mas que el mismo rostro. Y aquel árbol quedo ahí como único testigo del amor platónico que sintieron aquellos jóvenes. Y cada noche con los años pasados, volviendo del trabajo y desviando mi camino a casa cuando caminaba por esa acera. Apoyaba mi mano en su corteza como quien abraza a un amigo buscando consuelo, si pudiese haber hablado ese mudo testigo de tanto amor que tuve... Hasta que un día cualquiera por algún anónimo capricho aquel árbol fue arrancado de su tierra. Cuanta injusticia! Sus raíces no habían siquiera deformado las baldosas de la vereda y tan joven. El único espectador de mi trágica ilusión, de ese amor tan puro y excelso que había sentido, ese amor inocente y sagrado que jamas volví a sentir por una mujer idealizada por un primerizo sentimiento que no sabe hacer mas que eso, de ese tiempo dorado donde todo era promisorio, desapareció. Y transcurrieron mas años y ya no quedan otra cosa que recuerdos y me arrepiento de nunca haber recogido sus hojas, como quien de un ser amado recoge con su mano sus lagrimas. Aquel árbol que me trae memorias de primaveras, de la dulce chica parada bajo su sombra. Aquel amigo silencioso con el que compartía mis sueños y pensamientos. Ese lloro tantos otoños. Y yo... victima del amargor del que el tiempo hecha raíces y la vorágine de la vida, nunca recogí tan solo una de sus hojas. 

 Por eso que acabo de contar y lo que mencione antes al comienzo de esta entrada, a ti que me lees. Es por esa razón que atesoro otoños.