domingo, 15 de noviembre de 2020

Donde van las horas...

  Y a donde van los días, que se difuminan tenuemente en atardeceres que nacen y mueren en la suavidad de la primavera. Un noviembre que pasa indiferentemente, sin grandes acontecimientos. Los días de encierro ya se hacen rutinarios y me sumerjo en mil pensamientos que giran como un frenético carrusel de sueños que se moldean y se rompen en una realidad que detesta a los soñadores. Me pregunto, que ha pasado con todas las ilusiones y esos anhelos de juventud? Acaso duraron el tiempo de los atardeceres de noviembre? 

 Sigo mirando el cielo y guardo silencio y respiro y suspiro. Aquí en este lugar lejano en el fin del mundo. Donde las calles se han vestido de una primavera silenciosa. Quien hubiera imaginado estos años amargos, extraño ser niño y no preocuparme ni por la vida, ni por el mundo y jugar a ser inmortal. Y hoy una realidad que asfixia, que se hunde. Una sociedad infestada de inmoralidad, donde no hay lugar para los rectos ni las personas de honor. Me tiene cautivo y me veo a mi mismo como una vela que se derrite sin pena ni gloria, malgastando vida. Días y noches en las que por suerte de algunas parece que escapo de esta prisión a través de sueños difusos en los que la vida es otra y las personas también lo son. 

 Aun sigo mirando el atardecer y ciertamente siento envidia y admiración por esas nubes que se tiñen de un sol que muere para pronto envolverse de luna. Ellas son libres, al igual que el viento que sopla y los pájaros que las miran... 

 A ti que me lees, así se ve un atardecer de noviembre, desde este lugar tan lejano del mundo.