jueves, 11 de octubre de 2018

Las cosas pasajeras...

 Aunque septiembre se fue sin dejar mucho que contar, recuerdo unas mañanas de visita en la casa de un amigo y se me viene a la mente un árbol de ciruelo que es la joya de su pequeño jardín. Este árbol durante unos pocos días al año, cuatro o cinco como mucho, florece de una manera tan intensa que pareciera volverse blanco. Y por unos efímeros días mantiene ese porte para luego entregar sus pétalos al suave viento augurio de temprana primavera donde aun el invierno se hace notar en sus noches como un huésped que no tiene muchas ganas de dejar la casa. Realmente por ese corto periodo de tiempo el jardín se vuelve un espectáculo natural, todo el lugar es invadido por abejas que aparecen de la nada de Dios sabe donde solo para volver a esfumarse cuando las flores se desnuden de sus pétalos y el suelo se tiña de una fría armonía y pareciera todo nevado.

 Sin dudarlo saque algunas fotos, algo tan bello y tan fugaz valía la pena de que quedara retratado. Y pensado en esos escasos días y esas flores que entregan su alma a la brisa matutina pensé en las cosas bellas y en las cosas efímeras, imagine de a ratos los buenos y los malos tiempos y las épocas pasadas. Y que todo, lo bueno como lo malo pasa... Todo pasa... una frase que para ciertos tiempos resulta ser promisoria y para otros una pesadilla que se avecina a paso lento pero constante. E imagine esas flores y las compare con mil cosas y en ellas vi las cosas de los hombres resumidas y pensé, que de alguna manera somos como esas flores que en los inagotables días de lo eterno al igual que ellas por algún motivo sea amor, o las humanas ambiciones que perseguimos entregamos nuestra esencia, nuestra existencia al tiempo que ondea incesante como aquel suave pero constante viento de primavera y pasamos a ser algo pasajero, algo bello que una vez existió pero como las pequeñas flores a estos días de mitad de octubre ya son solo un recuerdo...


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