Un sueño de
medio día, una ilusión hermosa.
Un destello fugaz del astro luminoso, un espejismo, deidad que mi alma soñadora
convoca.
Un instante en el viento, una sílfide maravillosa. Añoranza de esta vida y
tantas otras.
Inspiración virtuosa, fantasía pasajera, incorpórea musa.
Dime quien ha forjado tu espíritu, quien te ha dado el aliento. Acaso fuerzas
misteriosas, que describir yo no puedo.
Allí altiva, invisible e impoluta, candil divino que mi inspiración deslumbra.
Cuan verdes sus ojos no los igualan de las altas copas todas sus hojas.
Reflejo de una visión, encarnación de un deseo silencioso, anhelo imposible,
efímero, eterno, placido y tortuoso.
Cúspide de mis sueños, la adorada de mi alma en su altar, todo mi genio la
evoca. Fuente de mis penas, proyección de mis glorias.
Tu mujer, mis letras son tuyas todas.
Y que todo ello no alcance! Y no baste, ni sea suficiente!
Melancólica, son tus ojos pensantes dos entreabiertas rosas. Son tus ojos dos
cantaros donde el poeta la inspiración no agota.
Y tus lágrimas ocultas, poemas callados que tu alma solloza. Solitaria,
vergonzosa, quien pudiera tomar tus manos y susurrarte un universo a solas.
Y al nacer del viejo mundo un día luminoso, creo en el cielo de la tarde verte
reflejada inalcanzable y preciosa.
Quien pudiera, beber de los tímidos labios la ambrosia, la misma que cubrió a
Aquiles cuando hizo temblar entera Troya.
Quien pudiera cuan Pigmalión adorarte aunque sea en roca. Y tendido a tus pies
reverenciarte como profana diosa.
Quien pudiera como él. Dichoso! Por piedad, por piedad! Afrodita convirtiese en
carne la estéril roca, y así tal Galatea se entibiase, fría la forma del
cincel virtuoso.
Y así vida mía, ideal que no existe, idónea poesía. Capricho de mis soledades,
suspiro fugitivo, razón y desvarió.
Cuan callados de la voz los versos, cuan ávidos los pensamientos. Mi corazón te
aclama, mudo y de rodillas, absorto y en silencio.
Cuan venturoso yo fuera, si tú al leer lo que pienso, me llegara ligero, al
aire palpable, tan sólo uno de tus besos.