lunes, 5 de noviembre de 2018

Aquellos ojos, aquellas mujeres, aquel arte....

 Hace unas noches atrás me encontraba viendo imágenes viejas e ilustraciones de época. Y fue un poco por buscar y otro tanto por casualidad que me tope con la imagen que acompaña esta entrada. Aquella mujer sin nombre de la que no se sabe nada tan solo que fue portadora de una singular belleza que caracterizaba a las mujeres de aquel tiempo y aun sin datos de ella, su recuerdo existe en esa única foto tomada en un lejano 1924. (Otra coincidencia es que suelo encontrar muchas cosas de aquel año pero eso lo dejare para otra entrada.) Y reflexionaba sobre las imágenes y su valor como hoy día parece tan degradado cuando cada uno de nosotros tiene dos lentes fotográficos en su celular falta de uno. Y poseemos desde en el mismo teléfono hasta en la computadora mil programas para retocar las imágenes de una manera tan abrumadora que todo termina con un resultado artificial como la fruta que compramos en el supermercado que poco tiene que ver su sabor con la que se saca de un lugar silvestre.

 Pero en fin fueron tantas cosas las que se me cruzaron por la mente en el corto tiempo de unos minutos, que nunca sabre porque pero aquellas musas que inspiraban a estos nuevos pintores de trípode y rollo del siglo XX. Guardaban algo en sus ojos que era único y especial, algo que murió con ellas hasta cierto punto porque quedo retratado en imágenes como algo una vez real y palpable que se transformo en leyenda. Simplemente eran sus ojos como si en ellos guardaran los tesoros de la Atlantida, aquellas musas de los años  10, 20 y 30 aquellas ninfas de blanco y negro y sepia. Guardaban en su mirada un místico encanto que aunque mil mujeres de las mas bellas retraten hoy día con las mismas técnicas sus ojos las delatan. Ellas no son las de antes...

 Y sobre el arte, tan hermoso y diría sagrado en tantas de sus expresiones que en resumen puedo decir que tiene ese poder de volver las cosas terrenales en algo divino y a una simple dama de la que ni el nombre se sabe, ni su vida sus rumbos y su destino, en una eterna belleza que no se marchitara con los años.

  
 "Dime que pasaran los años y me veré igual de joven. Vamos! endúlzame la mente con hermosas mentiras que como las flores se marchitaran en los suspiros de las noches. Por eso evítame el dolor que traen los años a través de los espejos. Y atrápame en una imagen como un fantasma de luz para así vivir por siempre en los ojos que me miren..."

Fotografía de Alfred Cheney Johnston (1924).


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